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La Conquista de Tenerife (1494 - 1496)

 En diciembre de 1493, Alonso Fernández de Lugo obtuvo de los Reyes Católicos la confirmación de sus derechos de conquista sobre la isla de Tenerife y, a cambio de renunciar a la prima prometida por la conquista de La Palma, reclamó el gobierno de la isla, aunque no obtuvo participación en el quinto real. 
La financiación de la conquista fue llevada a cabo con la venta de sus plantaciones de azúcar en el valle de Agaete, obtenido tras la conquista de Gran Canaria, y asociándose con comerciantes italianos asentados en Sevilla. 

División de Tenerife en el momento de la conquista
Tenerife estaba dividida en el momento de la conquista en nueve menceyatos. Por su actitud ante los castellanos, cabe distinguir el bando de paz, que se mostró neutral o proclive a los castellanos. Eran los menceyatos del sur y del este (Anaga, Güímar, Abona y Adeje), es decir, aquellos que habían tenido más contacto con los castellanos a través de la actividad misionera (Candelaria). El bando de guerra agrupaba a los menceyatos del norte (Tegueste, Tacoronte, Taoro, Icoden y Daute). Mantuvieron una resistencia tenaz a la invasión.
En abril de 1494, y procedente de Gran Canaria, desembarcó el conquistador en la costa de la actual Santa Cruz de Tenerife con una tropa de peninsulares y canarios (denominados hoy grancanarios) formada por unos dos mil hombres de a pie y 200 a caballo. Tras levantar un fortín se dispuso a adentrarse hacia el interior de la isla. Intentó un acercamiento a los bandos de guerra y a Bencomo, mencey del más importante menceyato hostil le ofreció amistad, la aceptación del cristianismo y el sometimiento a la autoridad de los Reyes Católicos. El rechazo de las dos últimas condiciones hizo inevitable el enfrentamiento. 

Representación de la Primera Batalla de Acentejo en Tenerife.


El primer encuentro armado fue la célebre Primera Batalla de Acentejo que tuvo lugar en el barranco de Acentejo, en el municipio de La Matanza. Una tropa invasora de más de dos mil hombres se adentró por el norte de la isla en dirección al valle de Taoro (valle de La Orotava). El objetivo era doblegar a los guanches en el núcleo de su resistencia. Los guanches esperaron emboscados a los castellanos que, sorprendidos sufrieron un grave descalabro, perdiendo en la batalla el ochenta por ciento de sus fuerzas. Alonso Fernández de Lugo pudo escapar hacia Gran Canaria, donde preparó un nuevo asalto con tropas mejor adiestradas y más recursos financieros aportados por comerciantes genoveses y nobles castellanos. Los guanches, dueños de la situación, destruyeron el fortín construido por los castellanos.

Tras esto, con un ejército mejor armado y entrenado, el Adelantado retornó a Tenerife.
Tras reconstruir el fortín de Añazo, se dirigió hacia los llanos de Aguere (La Laguna), donde en noviembre derrotó a Bencomo en la conocida como Batalla de Aguere, durante la cual el líder guanche cometió el error de presentar batalla en una zona llana. La caballería y los refuerzos aportados por Fernando Guanarteme, fueron decisivos para la victoria castellana. 1.700 guanches, entre ellos Bencomo y su hermano (o hermanastro) Tinguaro, quedaron muertos en el campo de batalla. Al parecer, una epidemia posterior diezmó a los isleños, dejando a la mayoría que sobrevivieron enfermos o débiles, lo que se conoce como la "gran modorra", aunque su exacta dimensión e importancia en el resultado de la batalla permanece controvertida por algunos historiadores. Acerca de la gran modorra escribió el historiador y médico Juan Bethencourt Alfonso: [...] En las condiciones de vida de los guanches las epidemias de modorra necesariamente tenían poco poder difusivo, siendo su radio de acción muy limitado. Hoy que se conoce el germen de la enfermedad y los medios más adecuados de su propagación, cuando se considera que los guanches no contaban con una sola población, ni el más modesto caserío, sino que las familias moraban aisladas unas de otras separándolas 3 o 4 kilómetros, en chozas ventiladas, y que no conocían los estercoleros, ni los alcantarillados, ni pozos negros, ni letrinas, ni lavaderos públicos, ni otros elementos o factores que pudieran dar lugar a la intoxicación del subsuelo o contribuir a la creación y multiplicación de poderosos focos infecciosos, hay que convenir en que las tales epidemias tenían que ser muy poco expansivas. Ni si quiera se puede alegar como foco de origen los cadáveres de Acentejo, por que es bien sabido fueron quemados por orden del rey Bencomo

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me gusta esta pagina es muy interesante :3

Unknown dijo...

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