- Sir Winston Churchill, uno de los políticos más importantes del pasado siglo y uno de los personajes claves para el desarrollo final de la Segunda Guerra Mundial, visitó Tenerife en 1959. Más abajo, en una fotografía le vemos con su inseparable puro admirando las vistas del Puerto de la Cruz.
La prensa de la época publicó cada detalle. Que iban 42 personas, que venía de Marruecos o que su más ilustre ocupante, después de echar un vistazo a la ciudad, prefirió permanecer las primeras horas a bordo y ofrecer unas breves palabras a los reporteros: "No me siento con ánimos para un diálogo con la prensa, pero saludo muy cordialmente a esta bella isla a través de los periodistas españoles".
Si una imagen vale más que mil palabras, a la histórica visita de Sir Winston Churchill a Tenerife le sobraban letras y le faltaban fotografías. Así había ocurrido por lo menos hasta que, el 26 de marzo, de 2011, la Comunidad de Madrid inauguró la exposición Caminando con el destino. Winston Churchill y España: 1874-1965.
![]() |
Winston Churchill contempla las vistas del Puerto de la Cruz |
En las paredes de la sala aparecen varias imágenes inéditas de aquel acontecimiento, entre ellas una del exprimer ministro británico tomándose una copa junto a la barandilla de la terraza del Lido de San Telmo, en Puerto de la Cruz; y otra de Churchill descendiendo por las escalinatas del Christina.
![]() |
Reverso de la fotografía donde Winston Churchill contempla las vistas del Puerto de la Cruz |
Son 35 segundos de filmación en los que se ve a un Churchill achacoso (tenía 85 años) descendiendo por la escalinata para pisar Santa Cruz por primera vez, al demasiado abrigado premio Nobel introduciéndose en el descapotable con Onassis y compañía, y al vehículo recorriendo las irregulares carreteras norteñas, entre plataneras, camino de Puerto de la Cruz.
Ahora parecería normal que el hombre de las citas universales recibiera, tanto en el Nodo como en el resto de medios, halagos de todo tipo y que hasta despertara la vena novelesca en algún cronista como uno de la prensa local que escribió la siguiente entradilla: "La carretera, balcón propicio sobre el paisaje. Whisky y tabaco en la piscina de San Telmo. Una página del Diario de Viaje del expremier británico y la camarera enamorada del cielo azul de Tenerife. Onassis y la sensación del paraíso. Primavera en el Atlántico. ¿Volará el hidro del Christina sobre el Teide?".
No lo hizo, aunque detrás de aquellos adjetivos y de los segundos del Nodo había un transfondo político. Así lo subraya el comisario de la exposición de Madrid. "El régimen utilizó la visita de quien no hacía mucho había sido un enemigo como parte de su campaña para abrirse al exterior y romper el bloqueo de las potencias occidentales".
Los españoles habían soportado demasiada miseria y ya en aquellos cincuenta la dictadura vio que el turismo era una de las principales salidas. De ahí aquel bombo y platillo. Pero también había una suerte de sarcasmo. Aquel piropeado era el mismo hombre que recién llegado al cargo de primer ministro, en 1941, aprobó y comunicó a EE UU el plan Pilgrim para invadir Canarias si Franco se aliaba con Hitler en la Segunda Guerra Mundial.
Después de desayunar frente a la bahía de Santa Cruz jugo de naranja, tostadas (sin mantequilla ni mermelada, pues lo había prohibido el médico) y un café con leche, Churchill escribe en su diario: "Diez y media de la mañana, estoy en Tenerife...".![]() |
Churchill (derecha), junto a Onassis y la esposa de éste, Athina, juegan a las cartas durante su minicrucero por Canarias |
No hubo forma de sacar una entrevista al estadista que había levantado la moral de todo un país con su oratoria, al militar que llevó con mano de hierro a sus tropas hacia la victoria en la guerra contra el nazismo, al escritor que había sido galardonado seis años atrás con el Nobel de Literatura, al orador que dejó frases universales. "El problema de nuestra época consiste en que sus hombres no quieren ser útiles, sino importantes".
Venía de pasar unas semanas con su esposa en el hotel Mamounia de Marraquesh. El 18 de febrero acudió al puerto de Safi, en la costa atlántica de Marruecos, para embarcar con Clementine y su hija Diana en el Christina e iniciar el crucero por Canarias.
Tras mirar a Anaga y desperezarse, almorzó en compañía del director en Tenerife de la consignataria del buque y su esposa. Luego, a eso de las dos y media de la tarde, él, Onassis y sus respectivas esposas partieron en el Fiat 500 al embrión turístico de la Isla por la carretera general. El multimillonario era tan tiquismiquis que yate, hidroavión y descapotable compartían los mismos colores: blanco y azul. Pararon varias veces para admirar el paisaje, la última en Santa Úrsula.
Todo estaba tranquilo hasta que llegaron a las piscinas de San Telmo, en Puerto de la Cruz. Los presentes se alborotaron cuando vieron que efectivamente esos que venían en aquel raro vehículo eran Churchill y Onassis.
Los recibieron con aplausos. El alcalde de entonces, Isidoro Luis Carpenter, ayudó al exprimer ministro a sentarse en la terraza de la instalación. "Tengo la sensación de que estoy en el paraíso", dijo Aristóteles, mientras el bulldog británico (como lo llamaban los rusos) miraba embelesado a las piscinas y devoraba uno de los puros hechos especialmente para él por la casa J. Cuesta de La Habana. Mr. Winston no rehuía del canino apodo. De hecho, cuando abandonó la política aceptó muy agradecido el regalo de dos diputados conservadores: una caricatura suya con cuerpo de perro en la que sus compañeros le escribieron: "Pride of the bulldog breed" (Orgullo de la raza bulldog).
Mucho tiempo después, el responsable de una tienda de antigüedades de Londres, que había comprado esa caricatura a un biznieto de Churchill, la colgaba en el escaparate cuando Miguel Cabrera pasaba justo por allí. "Fue una extraordinaria casualidad. No me lo pensé", recuerda. Entró, pidió el dibujo, vio que era auténtico y se lo llevó por casi 3.000 euros.
Al abandonar las piscinas de San Telmo, donde hoy se ubica el Lago Martiánez, Onassis dejó una elevada propina al camarero que les había atendido y que había servido un par de whiskys a Churchill. Una gran cantidad de público los esperaba en la avenida de Colón, entre los que había turistas ingleses y alemanes. Le brindaron "un cariñoso homenaje de aplausos", como contaron las crónicas, y él respondió con una sonrisa y con los dedos haciendo la uve de victoria. "Este hombre, a los ochenta y tantos años, come, bebe y fuma como si tuviera veinte", contó el gobernador civil de entonces, Galindo Herrero, después de la cena en el Christina.
Fue una velada con bailes andaluces, pero sobre todo con una exhibición de folclore local a cargo de los autores del himno del CD Tenerife, Los Huaracheros, y de la agrupación Flores del Sur. La mujer de Onassis, Athina, terminó obsequiando a los artistas con bombones y naranjadas.
Esa misma noche, el lujoso yate partió rumbo a Gran Canaria. Allí, Clementine y Athina aprovecharon para bañarse en Las Canteras. El exprimer ministro hizo, por su parte, lo mismo que a su llegada a Tenerife: se quedó en el barco para incorporarse luego a una excursión. La diferencia es que en la isla redonda estuvieron dos días, que aprovecharon para recorrer los principales parajes: la capital, la caldera de Badama, Arucas, Teror...
El Christina zarpó el 24 de febrero rumbo a La Palma. Allí tuvo lugar una de las anécdotas preferidas de Miguel Cabrera sobre aquel viaje. Nada más enterarse, las autoridades palmeras se pusieron a buscar un chófer que supiera algo de inglés. Costó, pero al final dieron con un taxista que daba el perfil.
El hombre llevó a Churchill, Onassis y compañía por la carretera del sur. Recorrieron Las Breñas, Villa de Mazo y se detuvieron en Fuencaliente. Churchill no se bajó del coche, pero sus acompañantes sí lo hicieron y dieron un paseo bordeando el cráter de San Antonio, recuerda el periodista e historiador Juan Carlos Díaz Lorenzo.
Al regresar a Santa Cruz llegó el momento del adiós. Como el chófer se negó a cobrar por los trayectos, Churchill le dijo que esperase, que tenía algo para él. Subió al yate, cogió una caja de habanos y se la regaló. El conductor le pidió que le escribiera una dedicatoria en la tapa. Churchill le preguntó cómo se llamaba. "Nelson", contestó.
El expremier se quedó sorprendido porque era el apellido del héroe naval inglés, el mismo que había perdido el brazo frente a Santa Cruz de Tenerife en 1797. Entonces, cogió la pluma y escribió: "De Churchill a Nelson. Paradojas de la historia". La caja la donó la familia al Cabildo y se conserva en los fondos de la capital palmera.
Daniel Millet
No hay comentarios:
Publicar un comentario