
Profundos barrancos. Espesos, intrincados, sombríos y exuberantes bosques. Manantiales. Imponentes acantilados. Bancales de cultivo que ascienden por las laderas. Esbeltos roques. Senderos que invitan a perderse. Amplias panorámicas. Pueblecitos de blancas casas que salpican los valles, orlados de palmeras. Todos estos elementos se reúnen en la Isla Colombina, y conforman un rico y atractivo mosaico que cautiva al visitante. Sin embargo, La Gomera también ofrece espacios para el ocio y el disfrute de otro tipo de turismo más convencional.
Tienes ante tus ojos Playa Santiago. Aquí, en la vertiente meridional de la isla, el mar es más tranquilo que en la septentrional. Además, el cielo suele estar desprovisto del sempiterno mar de nubes que oscurece el barlovento insular durante los meses de verano. Por esta razón, esta localidad, que dependió durante buena parte del siglo XX de la producción y exportación de plátano y tomate, ha orientado su actividad hacia el turismo y los servicios. Lo mismo sucedió, al oeste de la isla y en mayor medida, con Valle Gran Rey.
Hoy, ambos son lugares prósperos. La tranquilidad de las playas gomeras ofrece un fenomenal complemento al visitante. Después de todo, no hay mejor forma de finalizar una jornada de senderismo por el interior de la Isla Colombina que darse un baño en las aguas del Atlántico y cenar arrullados por el murmullo de las olas.
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