
LA BENDICIÓN DEL ALISIO. LA BRUMA DE LAS CUMBRES
Cuando el viajero se interna en La Gomera y asciende por esta carretera en dirección al Parque Nacional de Garajonay, se ve sorprendido por la radical transformación que experimenta el paisaje: el matorral bajo es sustituido, rápidamente, por una espesa arboleda, que presenta una apariencia selvática. Helechos, lianas y árboles de una veintena de especies distintas, recubiertos de musgo, conforman una maraña que apenas logran atravesar los rayos del sol. ¿Cómo es posible que semejante lugar exista a apenas 400 kilómetros del mayor desierto cálido del mundo, y a su misma latitud? La respuesta la tienes, con frecuencia, mirando a tu alrededor desde el lugar en el que te encuentras: desde aquí es visible, la mayor parte de los días del año, el fenómeno conocido como mar de nubes.
Los vientos alisios del nordeste, empujados por el Anticiclón de las Azores, se cargan de humedad a su paso sobre el Océano Atlántico. Al encontrar el obstáculo que supone la Isla, el aire húmedo asciende y forma nubes que contactan con sus laderas y cumbres. Así, mientras en el resto de la isla puede estar luciendo un sol espléndido, las laderas bien orientadas resultan agraciadas con un lento pero inmenso aporte de agua, en forma de minúsculas gotas, que queda depositado sobre las hojas de los árboles y las ramas, cae al suelo y se filtra al interior de la Isla. Este, y no la lluvia, es el factor que explica la relativa abundancia de agua en la Isla Colombina: la clave que permite la existencia de sus chorros y manantiales.
Se estima que el volumen de agua que aportan las brumas del alisio en las islas más montañosas equivale a cinco veces el que se obtiene por medio de la lluvia convencional. Esta es la razón de la presencia de la laurisilva en La Gomera, que sería una utopía de contar, exclusivamente, con las escasas lluvias invernales.
LA ALTITUD COMO FACTOR CLAVE
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